Todos necesitamos una dosis de afecto de nuestros padres, familiares o amigos. Los llamados abrazos u objetos de apego son “un acto de amor de un niño hacia un objeto. La palabra en sí ya lo dice: para abrazarlo, porque cuando el niño crece, necesita muchos abrazos”. Por ello, estas mantas o peluches actúan como sustitutos de los abrazos que los niños necesitan”, explica María José Lladó, psicóloga educativa.
Los abrazos para los niños son como el agua para una planta: los ayudan a crecer sanos y felices y a dar su mejor fruto. “Está comprobado que el niño, durante su etapa de crecimiento, necesita abrazos. Estos estimulan el nervio vago y hacen que la tensión acumulada durante el día disminuya. Los abrazos liberan dopamina y oxitocina, las hormonas del placer, y reducen el cortisol, asociado al estrés.
La pregunta es, ¿cuántos padres o abuelos dan a sus hijos la cantidad de abrazos que necesitan? Como esto no suele ocurrir por completo, recurrimos a un sustituto, que es el objeto de apego”, añade la psicóloga educativa, María José Lladó.
“De cierta manera, ese objeto especial al que nuestros hijos sienten un gran apego podría compararse con un fetiche, entendido como algo que nos calma, a lo que le damos poder, que produce tranquilidad y es externo a nosotros. Como adultos, se traduce en objetos como un amuleto de la suerte o la pata de un conejo. De alguna forma, tiene que ver con la seguridad que transmite la madre. Cuando un niño se siente muy protegido con su madre y en su entorno, no necesitará sus fetiches, porque la seguridad proviene de una referencia interna que vivió con su madre”, comenta Lladó.
Estos objetos de apego son “insustituibles” debido a su gran valor, ya que representan a los padres o figuras de apego, especialmente cuando están ausentes. El niño elige el objeto y no se puede cambiar por otro, aunque sea muy similar. A veces, el olor que adquiere en contacto con la piel es decisivo y puede rechazarse si se lava y cambia su aroma particular”, explica Carla Valverde, psicóloga clínica infantil y juvenil del Centro de Salud Mental de Alcobendas.
La edad habitual en que un niño se apega a un objeto es entre los 4 y 6 meses de edad hasta los 12 años, aunque cada niño es diferente y muchos están listos para desprenderse de él antes. Lo normal es que el objeto pierda gradualmente su significado para el niño hasta que ya no lo necesite.
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